Anna Papaeti y Nektarios Pappas, The Dark Side of the Tune (instalación), Hypnos Exhibition (Onassis Cultural Centre, Atenas, 2016) © Panos Kokkinias

Anna Papaeti

The Undoing of Music

lunes 01 abril 2019
15:27
Historia
Política
Música

Históricamente, la música ha estado vinculada al terror, la humillación y el castigo. Sin embargo, la percepción positiva originada en la Antigüedad y durante el periodo de la Ilustración ha fomentado una ceguera crítica y una resistencia a reconocer su potencial dañino. Considerada una forma artística fundamentalmente benigna, apaciguadora e instructiva, la música se ha convertido no obstante en un instrumento de terror ideal, si bien hasta las propias víctimas y torturadores tienen a menudo dificultades para identificarla como tal.

The Undoing of Music explora usos siniestros de la música en Grecia en el período de la Guerra Fría, tanto durante la guerra civil y sus postrimerías (1947-1947) como durante la dictadura militar (1967-1974), mostrando hasta qué punto los regímenes se valían de los más modernos métodos de represión practicados internacionalmente. A través de testimonios y materiales de archivo, esta investigación rastrea el papel central que desempeñaba la música en las técnicas de lavado de cerebro y analiza la evolución de su uso, desde la combinación inicial de prácticas de tortura y propaganda al desarrollo, a escala internacional, de un programa científico extensivo durante los años sesenta. Basada en investigaciones psicológicas, esta combinación de técnicas coercitivas de interrogatorio no deja marcas visibles en el cuerpo de las víctimas, facilitando así la violación de los derechos humanos. Los testimonios de supervivientes —de la Grecia de los Coroneles a Guantánamo y la llamada “guerra contra el terror”— ponen en evidencia hasta qué punto este empleo de la música puede causar en quienes lo padecen cicatrices aún más traumáticas que las que deja la llamada tortura “física”. El análisis de Papaeti también muestra que los métodos orientados a producir ansiedad y miedo tienen efectos secundarios más duraderos en los trastornos por estrés postraumático. Este ejercicio de recuperación histórica cuestiona nociones establecidas sobre el uso de música en centros de detenciones —incluso cuando se disfraza de participación voluntaria— y aspira a abrir un debate sobre los usos actuales de la música, así como sobre las definiciones de tortura y la legislación correspondiente.

Esta investigación fue realizada por Anna Papaeti y financiada por el programa Acciones Marie Sklodowska-Curie de la Comisión Europea (FP7, Horizon 2020), la Fundación Onassis (Atenas) y el Centro de Investigación para las Humanidades de Atenas. 

Participantes

Anna Papaeti

(doctora por el King’s College de Londres) es musicóloga e investigadora y trabaja en los campos de la ópera, el trauma y las intersecciones entre música, poder y violencia, con un interés específico en el uso de la música en los centros de detención. Entre 2011 y 2014 fue becaria Marie Curie en la Universidad de Gotinga (Alemania), donde investigó sobre el empleo de la música como instrumento de terror y manipulación durante la dictadura militar en Grecia (1967-1974), documentando por primera vez su función como parte integral de las torturas. En la actualidad, Papaeti es becaria Marie Skłodowska-Curie en la Universidad Panteion de Atenas. Es coeditora de dos publicaciones sobre música, tortura y centros de detención y ha publicado numerosos artículos en publicaciones académicas y colectivas. En 2016 creó la instalación “The Dark Side of the Tune” (‘El lado oscuro de la canción”) junto a Nektarios Pappas para la “Hypnos Exhibición” (encargo del Centro Cultural Onassis de Atenas). Ha presentado su trabajo en conferencias y exposiciones internacionales como la documenta 14 (2016, 2017, Atenas). Su investigación ha recibido el apoyo de la Comisión Europea (FP7, Horizon 2020), la Fundación Onassis, el Centro de Investigación para las Humanidades de Atenas y el Deutscher Akademischer Austauschdienst (DAAD) del Reino Unido. 

Nektarios Pappas

nacido en Atenas, estudió sociología en la Universidad Panteion de Atenas. Desde 2014 cursa estudios en la Escuela de Bellas Artes de Atenas, en el estudio de Zafos Xagoraris. En 2018 fue estudiante Erasmus en el programa In Situ de la Real Academia de Bellas de Artes de Amberes (Bélgica). Ha participado en el programa educativo Radio Swamps, como parte de la entrada oficial de Lituania en la Bienal de Arquitectura de Venecia, así como en la School of Listening (‘escuela de escucha’) organizada en el marco de la documenta 14. Entre 1996 y 2010 fundó e impulsó la tienda de discos Vinyl Microstore (VM), el sello discográfico Pop Art Records y el festival de música y cine independiente Yuria (2003-2013). En 2006 creó VM Radio, una de las primeras emisoras de radio online de Grecia. En 2014 y 2015 fue comisario musical del festival Moving Silence, organizado por el Goethe Institute de Atenas y movingsilence.net. Desde 2017, trabaja en programas docentes del Centro Cultural Onassis relacionados con el sonido. Su práctica artística se enfoca en las instalaciones de sonido y las intervenciones en espacios públicos.

Realización

Concebida, escrita y producida por Anna Papaeti. Diseño sonoro y producción de Nektarios Pappas

Agradecimientos

Muchas gracias a Nikos Arvanitis por su impagable apoyo, sus consejos y su generosidad.

Licencia
Creative Commons by-nc-sa 4.0
Citas de audio

Música

  • “Im Gange ll”, de Pinna Bounce [electrónica y trompeta] (directo en Kukuvista, 2018)
  • Lira: Alexis Alevizakis (2018)
  • Laúd: Nektarios Pappas (2018)

Voz en off

  • Narrado por Anna Papaeti
  • Testimonios (por orden de aparición): Philip Noel-Baker, Jonathan Woodcock, Luke Littlewood, Gene Ray, Glykeria Patramani, Nikos Arvanitis

Referencias acústicas

  • Referencia musical de la versión de Aris Retsos de la Antígona de Sófocles (1995)
  • Nikos Margaris, Historia de Makrónisos vol. 1 (Atenas: Dorikos, 1966; en griego), p. 12.
  • Extracto de “Énas Aitós Kathótane” (‘Ένας αητός καθότανε’, canción popular), Giannis Kyriakatis (clarinete).
  • Carta enviada por soldados presos al periódico comunista Rizospastis (25 de junio de 1947).
  • Entrevista realizada por la autora en 2012 a Dimitris, preso político en Makrónisos entre 1948 y 1949. En las entrevistas se emplean seudónimos para nombrar a los entrevistados.
  • Extracto de “Athína Trelí Tsachpína” (‘Αθήνα τρελλή τσαχπίνα’, 1928), de Theophrastos Sakellaridis, interpretada por Lina Ranta y Nikos Trimis.
  •  “Programas de radio nocturnos”, Skapanefs [revista de propaganda], marzo de 1949 (Makrónisos, Grecia), Archivos de Historia Social Contemporánea (ASKI).
  • Extracto de “To Proí Me Ksypnás Me Filiá” (‘Το πρωί με ξυπνάς με φιλιά’, 1940), de Sophia Vempo.
  • Ourania Staveri, El triángulo del martirio del exilio: Quíos, Trikeri, Makrónisos (Atenas: Paraskinio, 2006; en griego), pp. 94-95.
  • Entrevista realizada por la autora en 2012 a Costas, antiguo prisionero político de la junta militar, detenido en el cuartel general de la policía militar griega (ESA) en Atenas en junio de 1973.
  • Entrevista realizada por la autora en 2012 a Andreas, antiguo soldado de la ESA entre 1973 y 1974.
  • Entrevista realizada por la autora en 2012 a Maria, antigua prisionera política de la junta militar, presa en la isla de Giaros entre 1967 y 1968.
  • Platón, Republic (serie Cambridge Texts in the History of Political Thought) edición de G.R.F. Ferrari, traducción de Tom Griffith (Cambridge: Cambridge UP, 2000), p. 117.

Anna Papaeti

The Undoing of Music

Esta es una vieja historia, tan vieja como los propios mitos: el de Orfeo domando a las fieras salvajes con su canción; o el de la música como la más potente herramienta educativa para reformar el alma de los ciudadanos, tal como aparece en la República de Platón.

Sin embargo, existe otra historia paralela, igual de antigua pero siniestra y aterradora. Una historia contada muchas veces, sobre música y castigo. En diferentes lugares, en diferentes periodos, con la misma estructura, con nuevas tecnologías. La música como arma para asaltar sensorialmente el cuerpo y la mente de los prisioneros. La música como el arma de represión perfecta. Las huellas que deja son profundas y pronunciadas, pero muy difíciles de documentar y de denunciar.[1]

La historia va de cómo se pervirtió la fórmula de Platón. Es una historia de tortura y de represión en la que la música no solo pone banda sonora al terror, sino que se convierte, ella misma, en el terror.

En 1947, en plena guerra civil griega, se establecieron varios campos de prisioneros en la árida isla de Makrónisos. La vida allí era exigua. Escorpiones y arbustos de maleza rala. Rocas y piedras abrasadas y erosionadas por el sol y el viento. Los campos se construyeron para encerrar a comunistas e izquierdistas. Se los consideraba eslavos que habían renunciado a su identidad griega. La coartada esgrimida para los campos era la de su reeducación. Los medios empleados eran la tortura, el maltrato, los trabajos forzados y la música.

Platón escribió que la música puede apaciguar las almas y brindarles placer, pero en mitad del cautiverio, la música está envuelta en oscuridad y abusos. Es un sinónimo de poder.

En los campos de Makrónisos, se obligaba a los prisioneros a cantar canciones patrióticas con letras insultantes. Incluso mientras trabajaban transportando pesadas piedras de un extremo al otro de la isla para devolverlas luego a su ubicación inicial. Sísifo forzado a cantar.

“Nos decían: ‘Todos a cantar: ¡fuera los búlgaros!’. Algunos cantaban, otros aullaban, otros vomitaban sangre y otros lloraban”.[2]

Sumada a los trabajos forzados, la obligación de cantar es más que humillante. Al amplificar el esfuerzo físico de los cuerpos hambrientas y exhaustos, el canto va más allá del trato cruel, inhumano y degradante. La ley lo considera tortura. Para los prisioneros, las escalas en las que se mide el dolor son de una naturaleza diferente.

Con todo, en Makrónisos, la música se empleaba también de otras formas. Mientras los sísifos acarreaban las rocas, los altavoces escupían canciones nacionalistas a todo volumen. A veces las acompañaba también una pequeña banda formada por laúd, clarinete y violín.[3]

Ahora colocan a clarinetistas y violinistas… en la parte frontal del grupo y nos conducen a la zona de excavación acompañados de música e instrumentos. Hasta que comienza la ordalía diaria, los violines y clarinetes tocan sin cesar, de manera irritante. En la parte trasera de la columna se forma una procesión mortuoria. Los cuerpos se doblan bajo el peso de las piedras. El hambre acuchilla nuestros estómagos vacíos y las piernas se arrastran por el polvo.[4]

En el horror del campo, la música no procura ningún alivio. Los altavoces, conectados a la emisora de radio militar de Makrónisos, se convierten en un panóptico del poder. El estruendoso bafle se transforma en un ojo que lo ve todo, en un megáfono de la autoridad totalitaria que domina todos los ambientes sonoros del campo y al que es imposible sustraerse.

En Makrónisos, los altavoces empezaban a tronar cada mañana, al levantarse. En todos los barracones había columnas de bafles conectados a una emisora de radio central que emitía canciones y discursos nacionalistas. En otras palabras, tenías que escuchar toda esa música y esas arengas desde las seis de la mañana. Para escapar de aquello había que irse al mar. Con el fin de huir de la música, yo me enrolé en el servicio de recogida de basura. Porque… así estábamos lejos. Teníamos que cazar ratones, recoger toda la basura y tirarla al mar, pero era mejor eso que tener que escuchar aquella música, que no dejaba de sonar hasta las nueve de la noche. Era la táctica general para romper la resistencia de los presos.[5]

Como siempre, la propaganda contaba una historia diferente. Decían que escuchar buena música elevaba el espíritu de los prisioneros, que se trataba de una experiencia ennoblecedora y agradable.[6]

Deben reseñarse los deliciosos momentos con los que nuestra emisora de radio nos obsequia cada noche, gracias a su maravillosa programación musical. El repertorio nostálgico, con canciones que van de los años veinte hasta 1935, constituye un rasgo original que hace de nuestra cadena algo único. Pero también los viejos tangos, los foxtrots y los valses suponen un verdadero oasis para el alma en el desierto de este convulso presente. Por último, todos escuchamos con arrobo la hora dedicada a la música clásica.[7]

Los prisioneros no hablan de elevación. Ni de música clásica. En sus testimonios, los altavoces suenan rabiosamente altos y son un reflejo acústico de la violencia. Para algunos, las marchas y canciones nacionalistas eran las más difíciles de soportar. Para otros, eran peores las canciones de amor.[8]

 “Ponían discos con viejas canciones de amor solo para despertar en nuestros corazones la nostalgia de la vida y del amor. Ya ves, la psicología hace falta en todas partes”.[9]

Una década más tarde, durante los tenebrosos días de la Junta Militar, psicología y música se combinaron para ser aplicadas junto a las técnicas de interrogatorio más efectivas: obligación de permanecer de pie continuamente, reproducción repetida de sonidos, privación sensorial, privación de sueño y de comida y bebida. Estos métodos constituían el nuevo estándar internacional y Grecia no constituía una excepción.

Entre 1967 y 1974, durante la dictadura de los coroneles, regresa el empleo de los altavoces. Suenan aún más altos, aún más totalitarios. Desde el campo de prisioneros hasta las solitarias celdas de castigo y el cuarto de interrogatorios. El nuevo ataque sensorial era holístico e imposible de rastrear, perfeccionado gracias a las investigaciones en psicología. La ciencia puesta al servicio del poder, evadiendo las leyes sobre derechos humanos. Las canciones populares sonaban en bucle, incesantemente. Las letras se volvían irónicas y humillantes. Se trataba de un ataque a los sentidos que se inscribía en la memoria:

Recuerdo que ponían día y noche una canción que nunca podré olvidar. Se llamaba “Iré a la selva con Tarzán”. Día y noche, a todo volumen. Una y otra vez. Era como la tortura de la gota china. Te destroza los nervios. Y había además, por supuesto, otros sonidos, y gritos. Nos hacían estar de pie todo el rato. Erguidos, sin descansar, sin cama, sin nada parecido. Las celdas eran negras, con manchas de sangre. Y ponían la canción de “Tarzán” todo el rato. Lo tengo grabado en la memoria. […] Una repetición continua que te hacía estallar la cabeza y te impedía dormir.[10]

La violencia de la música repetida una y otra vez choca con en silencio de los supervivientes. Con el tiempo, algunos recuerdan la música, otros la olvidan completamente. Llega la lucha por simbolizar, por expresar lo sucedido con palabras. La memoria está informada por el trauma, por la relación de cada vícitma con la música.

También los responsables de las torturas optan por el silencio, o bien recuerdan la música selectivamente.

La música a la que hacen referencia las personas que sufrieron los abusos del régimen sonaba durante las torturas. […] Cuando la lógica y las emociones estaban ahogadas por el dolor, oían esta música; algunos lograban identificarla, pero otros, en su dolor, quizá ni siquiera fueran capaces de entender qué era.[11]

A los dictadores se les llenaba la boca hablando de filósofos clásicos y subrayando el poder de la música. La música como terapia, decían, era algo propiamente griego. La música ennoblecía el alma. Pero también la degradaba. La prerrogativa del Estado: intervenir y proteger a sus ciudadanos. Una vez más, los altavoces volvían a sonar a todo volumen, esta vez en el campo de prisioneros de la isla maldita de Giaros.

La música sonaba sin parar durante 12 horas al día. Era terrible. Estábamos en el suelo, en jergones hechos con heno, 150 mujeres encerradas en la misma habitación. No podíamos dormir ni despertarnos como personas normales. Durante el sueño se oían gritos, había mujeres que tenían pesadillas […]. Pero lo que era terrorífico era la llamada para despertarse cada mañana, cuando ponían canciones populares y de liberación nacional a un volumen atronador. La marcha “Las tropas enemigas han pasado” y la canción popular “Famosa Macedonia, patria de Alejandro Magno”. Y luego continuaban con otras danzas populares y cosas parecidas. En esencia, ponían aquello que amábamos. Todavía sé bailar “Famosa Macedonia”. Soy de Macedonia. Aprendimos a bailarla en la escuela y me encantaba. Pero cuando ellos se la apropiaron… la hicieron suya como si solo ellos fueran griegos y nosotros no. Cada vez que la oía, me ponía enferma, físicamente.[12]

Grecia solo es un caso entre muchos. Los ejemplos abundan. Los campos de concentración nazis, Chile, Brasil, Argentina, Turquía, Guantánamo, Irak. Medios y fines brutales; solapamiento de funciones; prácticas establecidas hace desde hace mucho pero nunca reconocidas. Ocultas, inadvertidas, no registradas, no discutidas. Un punto ciego flota sobre las visiones benevolentes de la música. Entendida como una fuerza positiva de la cultura, como la joya de la civilización ilustrada, la música no puede hacer daño alguno. No tiene transacciones con interrogadores. Con aquellos que quiebran el espíritu y los sujetos. Y, sin embargo, el vínculo de la música con el poder tiene una larga historia, tan antigua como los propios mitos. Platón escribió que “los guardianes de la ciudad deben estar al tanto de la aparición de nuevas formas de música, pues estas son susceptibles de afectar a todo el sistema”. Deben preservar la música intacta. A salvo de innovaciones. Porque “los cambios en los estilos musicales son siempre políticamente revolucionarios”.[13]

[1] Referencia musical de la versión de Aris Retsos de la Antígona de Sófocles (1995).

[2] Nikos Margaris, Historia de Makrónisos vol. 1 (Atenas: Dorikos, 1966; en griego), p. 12.

[3] Extracto de “Énas Aitós Kathótane” (‘Ένας αητός καθότανε’, canción popular), Giannis Kyriakatis (clarinete).

[4] Carta enviada por soldados presos al periódico comunista Rizospastis (25 de junio de 1947).

[5] Entrevista realizada por la autora en 2012 a Dimitris, preso político en Makrónisos entre 1948 y 1949. En las entrevistas se emplean seudónimos para nombrar a los entrevistados.

[6] Extracto de “Athína Trelí Tsachpína” (‘Αθήνα τρελλή τσαχπίνα’, 1928), de Theophrastos Sakellaridis, interpretada por Lina Ranta y Nikos Trimis.

[7] “Programas de radio nocturnos”, Skapanefs [revista de propaganda], marzo de 1949 (Makrónisos, Grecia), Archivos de Historia Social Contemporánea (ASKI).

[8] Extracto de “To Proí Me Ksypnás Me Filiá” (‘Το πρωί με ξυπνάς με φιλιά’, 1940), de Sophia Vempo.

[9] Ourania Staveri, El triángulo del martirio del exilio: Quíos, Trikeri, Makrónisos (Atenas: Paraskinio, 2006; en griego), pp. 94-95.

[10] Entrevista realizada por la autora en 2012 a Costas, antiguo prisionero político de la junta militar, detenido en el cuartel general de la policía militar griega (ESA) en Atenas en junio de 1973.

[11] Entrevista realizada por la autora en 2012 a Andreas, antiguo soldado de la ESA entre 1973 y 1974.

[12] Entrevista realizada por la autora en 2012 a Maria, antigua prisionera política de la junta militar, presa en la isla de Giaros entre 1967 y 1968.

[13] Platón, Republic (serie Cambridge Texts in the History of Political Thought), edición de G.R.F. Ferrari, traducción de Tom Griffith (Cambridge: Cambridge UP, 2000), p. 117. [Traducción de la cita inglesa. Puede consultarse cualquier traducción española del original griego acudiendo a los parágrafos 424b y 424c de la República]