1. Mette Edvarsen, memoria y libros vivos
Mette Edvardsen: Me llamo Mette Edvardsen. Soy intérprete y coreógrafa, y vivo en Oslo. Time has fallen asleep in the afternoon sunshine tuvo lugar por primera vez en Leuven, en 2010. Time has fallen asleep surgió de varias cosas. Por mencionar alguna, una muy importante, por supuesto, es Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. Después también descubrí la práctica de la poetisa rusa Anna Akhmatova, que hacía lo mismo que en Fahrenheit 451, pero en la vida real. Memorizaba sus poemas con amigos y después los quemaba para burlar la censura.
Antes estuvo también la inauguración del banco de semillas de Svalbard, una isla al norte de Noruega, que alberga una colección de semillas de plantas comestibles de todo el mundo. Este proyecto era extraordinario. Su objetivo era proteger todas esas semillas en una cámara subterránea bajo el permafrost, que está muy frío, para tener muestras a mano ante potenciales futuras catástrofes. Había algo muy interesante, aunque también un poco fantástico, acerca de este proyecto que entraba un poco en conflicto con la idea de futuro. ¿Cuánto dura ese futuro? ¿Cómo pensamos que podemos prepararnos para lidiar con todas las posibles catástrofes? Y eso también estaba conectado con un proyecto que utilicé como una reflexión para pensar sobre qué legamos al futuro, qué llevamos con nosotros.
Después, pensando en las artes escénicas y las prácticas efímeras o en las cosas que hacemos y experimentamos en el momento, me pareció interesante reflexionar e intentar entender cuál es la relación entre lo que hacemos y la memoria, cómo se transmite, la dependencia de la tecnología externa y dónde estamos nosotros en todo eso. Por supuesto, trabajar con la memoria no es algo estable en absoluto. Por ejemplo, vimos que solo diez años después el banco de semillas de Svalbard se había dañado. Se había colado el agua, el hielo se estaba derritiendo más rápido y había problemas en los que no habían pensado. Esta clase de grandes proyectos también tienen sus limitaciones en cierto sentido. No lo digo como crítica, sino para reflexionar en lo que hacemos. Ahí es cuando pensé en Fahrenheit, en esta idea de aprender libros de memoria para conservarlos para el futuro. ¿Qué significa eso? ¿Qué significa aprenderse un libro de memoria, convertirse en el libro e intentar desarrollarlo como práctica? Y comprometernos después con la idea de la memoria; llevar algo con nosotros por un lado y por el otro, estar siempre atrapados entre la memoria y el olvido con algo que tenemos que practicar para que exista. De alguna manera, esto es algo intrínseco a las artes escénicas. No gira tanto en torno a la desaparición como al compromiso de hacerlo y repetirlo una y otra vez para dejar así que viva.
En mi práctica he trabajado con objetos y me he pasado al lenguaje, he trabajado con el lenguaje. Creo que algo que permanece en todas estas obras es la relación con lo que está siendo construido en el espacio y en el tiempo. En cierto modo, los lenguajes (o cómo los formo) pueden ser diferentes, pero este tipo de enfoque, esta preocupación, este interés es el hilo rojo que está siempre ahí.
Aprenderse algo de memoria no es nada nuevo, pero sí el modo concreto de verlo. No es que nos interesase añadir información a la mente, sino implicarnos en cómo es esa lectura y qué parte de nosotros participa en el proceso. Por ejemplo, ha sido muy interesante ver que el contenido es menos importante que ser capaz de pronunciarlo. Se descubren cosas como estas al entender la importancia de la oralidad y también que hay muchas cosas ligadas a la memoria. Cada vez que lo repites lo enfatizas o lo marcas un poco de nuevo reforzando los mismos patrones, pero también añades otros recuerdos a los recuerdos. Da la impresión de que el libro es cada vez más y más grueso con las capas que se le van añadiendo.
Una de las cosas que me ha parecido especialmente interesante de este proyecto es ver cómo han surgido formatos diferentes que no formaban parte de la idea original. No es que dijese: «Vale, quiero hacer eso, aprender algo de memoria e ir añadiendo cosas». No proyectamos lo que íbamos a hacer. Empezamos con una idea sencilla y he hemos ido desarrollando y descubriendo cosas, como lo de la escritura.
Cuando llegó la pandemia y no pudimos hacer algunas de las cosas que habíamos planeado, propuse a los libros que nos escribiésemos cartas. Me resultaba un poco triste imaginarnos haciendo las lecturas en la pantalla, por Zoom o Skype. Es verdad que era algo fácil de hacer, pero no me parecía adecuado para el proyecto, y como había otra posibilidad, la de escribir cartas, pensé que podía hacerse igual. Hubo una primera fase en la que los libros se escribían cartas entre ellos para poder continuar, para poder trabajar y seguir en contacto con nosotros mismos y nuestra memoria, pero también con los demás leyendo las cartas que nos enviábamos por correo. Después, en una segunda fase, también ofrecimos a los lectores lo que estamos haciendo ahora en el Reina Sofía. La gente podía inscribirse y recibir una carta de uno de los libros, que la escribían en papel para la persona de la dirección.
Cuando empecé este proyecto no tenía ni idea de cómo se iba a desarrollar. Empezó prácticamente como un experimento. Me invitaron a participar en un proyecto de otra artista belga, Sarah Vanhee, que estaba subastando ideas de artistas que no se habían llevado a cabo por un motivo u otro. Me pidió que contribuyese con una y le di esta.
Ella vendió la idea a una institución y más adelante esta institución, STUK, en Bélgica, me invitó a hacer la obra. Entonces éramos un grupo de siete personas, y cuando empezamos a desarrollarla y a hacer nuestras lecturas empezamos también a sentir curiosidad y a imaginarnos qué pasaría si nos reuniésemos otra vez al cabo de un año o cuánto tiempo permanecería en nuestra memoria. Empezaron a surgir preguntas como cuánto es posible memorizar; preguntas que ahora parecen un poco inocentes, pero que estaban sobre la mesa en aquel momento. Después nos ofrecieron la posibilidad de hacerlo en otro lugar y pensé: «Sí, me gusta. Podemos hacerlo otra vez y ver dónde estamos dentro de un año, cómo sigue».
Creo que seguiremos haciéndolo siempre que sintamos que es algo vivo. No es como una obra de teatro en el sentido de algo que se hace una y otra vez bajo la promesa de continuar la práctica. No tenía ni idea de que diez años o más después iba a derivar en todos los formatos y preguntas que fueron apareciendo. Por ejemplo, el proceso de reescritura surgió en el momento en el que nos dimos cuenta de que la versión que teníamos en la memoria era bastante estable. Si pensábamos de nuevo en el Fahrenheit de la ficción y nos imaginábamos la secuela del libro, la edad oscura de los libros terminaría, las personas que se los habían aprendido volverían a escribirlos y se publicarían nuevas ediciones. ¿Y si hiciésemos eso? De nuevo, la intención era llevar la versión de nuestra cabeza al papel, y solo en ese proceso ya surgieron un montón de preguntas nuevas: ¿qué pasa con la puntuación? ¿Cómo se coloca? ¿Qué se considera un error? ¿Cómo se corrige? Resultaron muchas cosas de ese proceso. El proyecto sigue generando nuevas preguntas a través de las diferentes cosas que van pasando.
2. Una entrevista con dos libros vivos, Violeta Gil y Andrea Rodrigo
Violeta Gil: “Ésta será una historia de terror, será una historia policíaca, un relato de serie negra y de terror. Pero no lo parecerá. No lo parecerá porque soy yo la que lo cuenta. Soy yo la que habla y por eso no lo parecerá. Pero, en el fondo, se trata de la historia de un crimen atroz.”
Hola, yo soy Violeta Gil, trabajo con mi compañía de teatro La Tristura. Soy creadora escénica y escribo. Estos días estoy aquí formando parte de Time has fallen asleep in the afternoon sunshine, como Amuleto de Roberto Bolaño.
Andrea Rodrigo: “Todo en el mundo comenzó con un sí. Una molécula dijo sí a otra molécula y nació la vida. Pero antes de la prehistoria, existía la prehistoria de la prehistoria y existía el nunca y existía el sí. Siempre lo hubo. No sé qué. Pero sé que el universo jamás tuvo comienzo.”
Soy Andrea Rodrigo, soy comisaria investigadora en danza y coreografía y soy La hora de la estrella de Clarice Lispector.
Violeta Gil: Es la segunda vez que estamos en el museo formando parte de esta pieza y entonces es la segunda vez que digamos que hacemos este ejercicio de memoria. El primero lo recuerdo mucho más físico: De hecho, pensaba: cómo va a ser ahora que em tenga que sentar en un lugar y contárselo a otra persona, mirándole o estando parados en un sitio porque casi siempre estaba en movimiento como ene es proceso de aprendizaje que una necesita que las palabras le transitaran por el cuerpo. Y a parte de hacer como todo tipo d ejercicios de repetir, de grabarte y escuchar, de escribir, finalmente como una especie de simplemente de compromiso con el texto y de tratar de atravesarlo y dejar que te atraviese.
Andrea Rodrigo: Esta segunda vez ha sido como rememorarlo. Ha sido muy diferente e incluso me atrevería a decir que más difícil porque yo sentía que el texto ya estaba ahí y tenía como que bajar a la profundidad... El proceso ahora lo he vinculado mucho al agua, no sabría decirte por qué. Es como si estuviera sumergido aparece como una corriente, ha sido como un trabajo de ir limpiando esa memoria y recobrándola.
Violeta Gil: Varía mucho de persona a persona a la que le des. Yo lo que sentía mucha en esta segunda ronda de aprendizaje es que recordaba mucho cada vez que yo había entregado ese texto. Entonces, tiene sla memoria del texto, pero la memoria de haberlo dicho a diferentes personas.
Andrea Rodrigo: Se generan como territorios. Van apareciendo como recuerdos de cuando lo has hecho en otros momentos y asocias un estado o una sensación y la memoria aparece desde ahí.
Violeta Gil: Los tiempos están un poco marcados por la experiencia y desde el principio la idea es que sean alrededor de media hora. En relación a eso, eliges dónde parar en el libro. Yo creo que, más o menos, hago media hora más o menos porque el primer capítulo acaba ahí y sí que habré tenido deseos de continuarlo, pero no me apetecía dejar el texto en un lugar que parece demasiado interrupto.
Es una manera de vivir el tiempo muy diferente de casi todo lo que tenemos, precisamente por la sensación de que a ojos externos puede dar de inutilidad de un tipo de acción, que es aprenderse un libro que ya está, que existe, que el libro está en la biblioteca, lo puedes coger, lo puedes comprar, lo tienes en tu casa lo puedes de leer a sola. Y de la persona que viene a escuchar y que también podría relacionarse con eso de una manera muy distinta, pero elige pasar este tiempo sostenido ahí contigo. Creo que es sin duda uno de los valores fundamentales de la experiencia. Las horas compartidas con los lectores y con una misma y con el libro, que son muchas.
Andrea Rodrigo: Hemos pasado muchas horas con el libro. Sí, también hablábamos antes de todos los libros que no nos hemos leído para estar con este libro concreto, leyendo este libro tantas veces.
Violeta Gil: También formamos parte de la escritura de cartas (que no sé si habéis comentado). Ahí fue otra capa más de esta experiencia y que es muy diferente porque no ves a la persona a la que se la diriges y ahí sí que se convirtió en un acto super íntimo, tuyo con el papel y de compromiso y de descompromiso con el libro original.
Andrea Rodrigo: Sí, van sumándose capa a esa lectura y a ese aprendizaje esa memoria. Deja de ser solo las palabras y como se van transformando en frases para adquirir otras capas de sensación.
Violeta Gil: De hecho, ha pasado un año quizá un poco menos de un año desde la última vez que estuve como leyéndolo de una forma continuada y de pronto he llegado a un parte que no sabía cómo organizar en mi mente de nuevo. Tienes que reaprender estructuras o nexos. También cambia mucho, de repente hay partes que recuerdas como sentir más placer que en otras, por ejemplo, o que tenía más facilidad para decirlas que otras... que, en esta segunda vuelta, se han convertido en pequeños enemigos, o en trozos que me producen muchas más dudas, y sin embargo sí hay ciertas palabras que la otra vez se me atascaron mucho que ahora han encontrado un camino muy fácil. Entonces, es bonito ver cómo va variando eso y cómo varía también de persona a persona que le lees en el mismo día. Hay, de pronto, pasajes que van del tirón. Pero sí, hay una parte que va a estar siempre dentro y otra parte que es un misterio cómo se va a formalizar dependiendo del momento.
Andrea Rodrigo: Yo creo que el texto no se puede borrar. De hecho, este ejercicio de sumergirnos otra vez en el texto ha sido muy claro que está dentro de mí y que está ahí, de alguna manera. Está inscrito, en mi cuerpo.