Me llamo Keeanga-Yamahtta Taylor y soy la autora de From BlackLivesMatter to Black Liberation. También soy profesora adjunta de Estudios afroamericanos en la Universidad de Princeton, en Estados Unidos.
Si la pregunta es que cómo se convierte el fascismo en parte de la vida cotidiana, creo que tenemos que empezar por preguntarnos si estamos viviendo o no bajo el fascismo, si tenemos o no líderes fascistas que simpatizan con fascistas, si hay un movimiento fascista entre nosotros. Creo que son cosas diferentes. Hablando desde una perspectiva estadounidense, no creo que se pueda definir su sociedad como fascista. Creo que el fascismo implica un estado policial totalmente cerrado en el que es imposible para la izquierda actuar con ningún tipo de libertad. Eso no es lo que hay en Estados Unidos. No se puede decir que Donald Trump y el Partido Republicano representen una amenaza para la gente. Sí creo que ahora mismo tenemos un gobierno de derechas muy radical, pero todavía podemos organizarnos. Algunas de las mayores protestas de la historia de Estados Unidos han tenido lugar en los últimos dos años, no creo que eso pudiera haber ocurrido en un régimen fascista. Pero sí creo que la amenaza es bastante real, que las posibilidades de que haya un fascismo total son bastante reales. Y si pienso en por qué o cómo ha ocurrido esto, creo que en parte tiene que ver con los fallos de la democracia social. Cuando los partidos de centro izquierda… En Estados Unidos es muy complicado porque solo hay dos partidos políticos y ambos se sitúan a la derecha del espectro político en diferente medida. Por supuesto, el Partido Republicano es un partido de extrema derecha; es un partido de supremacía blanca; es un partido de intolerancia; es un partido de odio antiinmigrante. El Partido Demócrata no representa esas ideas, desde luego, pero consiente la derecha republicana. Creo que el fracaso de la administración Obama a la hora de responder a la gente que lo votó de forma significativa para que cambiase su vida y tuviese un impacto importante en la sociedad, el hecho de no haberlo conseguido, fue lo que abrió paso a Donald Trump. Creo que los fallos de la política de centro izquierda de Estados Unidos en un sentido formal, la debilidad de la izquierda abrió paso a alguien como Donald Trump.
Puede que la primera vez que se planteó la cuestión de cómo funcionan las minorías o los grupos oprimidos dentro de un movimiento más grande, en el que pueden formar parte de un colectivo sin que se diluyan sus problemas particulares, se expresase en la política estadounidense, en la política de izquierdas, a finales de los 60 y en los 70, cuando se empezaron a desarrollar las formaciones negras feministas. El feminismo negro surgió a partir de la incapacidad del las organizaciones feministas blancas de integrar un análisis del racismo en su política general y su activismo, porque no hablaban de la raza como un factor con el que las mujeres negras tuviesen que lidiar. No tenían ningún programa político dedicado a combatir el racismo, la esterilización, por ejemplo, que afectaba a mujeres negras y puertorriqueñas y a otras mujeres de piel oscura. El movimiento feminista blanco dominante no contaba con ningún tipo de activismo que girase en torno a eso. El feminismo negro surgió como respuesta a las mujeres blancas del movimiento feminista, por un lado, y como reacción a las organizaciones de Black Power dominadas por hombres negros, por otro, que tampoco analizaban de manera especial cómo afectaba la raza a la vida de las mujeres negras. Fue el fallo de los movimientos sociales dominantes de Black Power y de feminismo a la hora de tratar los problemas de las mujeres negras lo que llevó a la formación de organizaciones feministas negras. Esto es muy importante porque no se organizaron por separado, pero teorizaron y dedicaron tiempo a entender y articular la razón por la que los problemas de las mujeres negras tenían que ser analizados en sus propios términos, es decir, que el racismo y las cuestiones de género afectaban a las mujeres negras de forma solapada. Analizar solo la raza o solo el género no podía explicar la situación a la que tenían que enfrentarse las mujeres negras. Esto sucedió a finales de los 60 y en los 70, y esos problemas nunca se resolvieron del todo, como muchos de los problemas que surgieron. Las insurgencias radicales de finales de los 60 y los 70 no se involucraron porque identificaban el capitalismo como parte del problema al que se enfrentaba esta gente. La falta de acuerdo sobre muchas de estas cuestiones ha hecho que el movimiento Black Lives Matter se esté ocupando de ellos de nuevo. Estos problemas tienen especial importancia en la sociedad estadounidense, que es una sociedad con racial y étnicamente fracturada. Hay una tensión enorme entre las mujeres negras organizadas dentro del movimiento Black Lives Matter y el movimiento femenino, que no está dirigido principalmente por mujeres blancas, pero sí parece en gran medida un movimiento de clase media.
Hay tensiones de clase dentro del movimiento, pero creo que, en general, en el contexto estadounidense es muy importante hablar de lo que significa la solidaridad, de qué son las políticas de solidaridad. Ahora mismo Trump está atacando, literalmente, a la gente negra, a los musulmanes, a los mexicanos y a los centroamericanos en la frontera sur de Estados Unidos. La Corte Suprema acaba de aprobar el veto migratorio antimusulmán de Trump. Prohíbe a musulmanes de ocho países entrar en Estados Unidos y a la gente de Estados Unidos ir a esos países. Es repugnante. Es preciso que los diferentes grupos entiendan la relación entre las diferentes opresiones, cómo se superponen, qué diferencias hay entre ellas. Es necesario que se conecten para construir un movimiento masivo. El porcentaje de gente negra es muy pequeño en Estados Unidos, son solo un 12 % de la población; los latinos son un 13 %, y los musulmanes aún menos. La idea de enfrentarse a la administración Trump o al Gobierno de Estados Unidos como grupos individuales no va a ninguna parte. Solo unidos tenemos la oportunidad de conseguir algo. Pero no podemos unirnos solo sobre la base de por qué debemos unirnos y no prestar atención a la manera particular en la que está oprimido cada grupo y en cómo lo sufre. En lugar de usar eso como punto divisorio tenemos que demostrar cómo se relacionan esas diferencias entre ellas y que todos estamos interesados en luchar contra la opresión de otras personas, al igual que ellos están interesados en luchar contra lo que nos oprime a nosotros.
¿Cuál es el estado de los movimientos de los oprimidos en Estados Unidos? Está muy desorganizado; es muy débil ahora mismo. No hay movimiento de mujeres transgénero en Estados Unidos. No hay movimiento por los derechos de los inmigrantes en Estados Unidos, incluso en medio de estos ataques horribles contra ellos. Está el Black Lives Matter, pero está muy desmovilizado desde las elecciones presidenciales de 2016. Creo que existen todos los elementos para que se dé un movimiento social, la gente está horrorizada con lo que está pasando en Estados Unidos. Y sabemos que, no solo en Estados Unidos, sino en todas partes, hay una brecha entre la concienciación, entre la gente que está enfadada y horrorizada y quiere que cambien las cosas, y la capacidad real de hacer algo o el deseo de hacer algo, o lo más habitual, la confianza necesaria para hacer algo al respecto. Que no haya un movimiento social no significa que la gente no esté haciendo nada, la gente está haciendo muchas cosas. Hay protestas aisladas contra la brutalidad y los asesinatos de la policía, que siguen ocurriendo en Estados Unidos. Se han organizado protestas de organizaciones defensoras de los derechos de los inmigrantes y protestas más pequeñas entre las organizaciones estadounidenses de musulmanes. Llevar a cabo protestas y organizarlas según van ocurriendo las cosas es demasiado poco, dada la envergadura de los ataques que están teniendo lugar, pero es un comienzo, y no creo que siga siendo poco durante mucho tiempo. El potencial de que surja un movimiento masivo en Estados Unidos es muy grande, pero creo que tenemos que aprender de los movimientos de los últimos años, ya sea de Occupy o de los inicios de Black Lives Matter. Nuestros movimientos necesitan más democracia, más responsabilidad por parte de los supuestos líderes. Tiene que haber más espacio para la democracia dentro del movimiento, más asambleas, más debates en los que la gente que constituye el movimiento tenga voz con respecto a lo que define al movimiento, a sus políticas, sus estrategias, sus tácticas. La gente puede valorar y decir si una táctica ha tenido éxito o no porque ahora los líderes no son responsables, hablan entre ellos, no tienen relación con la gente a la que dicen representar. Muy a menudo trabajan para ONG o bajo la influencia y con el dinero de fundaciones como la Fundación Ford u otras fundaciones de grandes empresas. Eso no es democracia, es una manera de disuadir a la gente, de convencerla de que no participe en movimientos porque, al igual que en la política, no tiene nada que decir, no puede influir en lo que está pasando. Por tanto, la democracia y la responsabilidad son fundamentales para organizar un movimiento masivo. No significa que vayamos a ganar. Los movimientos no ganan solo porque tengan razón o porque deberían hacerlo, hay que organizarse, hay que tener estrategias y hay que aprender de los errores para no volver a cometerlos. Eso empieza por la democracia, por darle un lugar a la gente, a toda la gente, para poder influir en lo que está ocurriendo.