La pintura es el centro de la producción artística de Victoria Civera (Puerto de Sagunto, 1955), al margen del dominio que demuestra en otros lenguajes. La artista comienza su actividad en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, donde en colaboración con el artista Juan Uslé, experimenta con la fotografía, el fotomontaje y el Happening. Posteriormente, centra su trabajo en realizar pinturas de estilo neoexpresionista para en los años ochenta aumentar visiblemente el tamaño de sus obras. Tras un periodo calificado de Simbolismo Abstracto, se instala en Nueva York en 1987 con su marido Juan Uslé, con quien trabaja en ocasiones en obras que alternan fotografía, fotomontaje y pintura.
Allí se abre una nueva etapa en la que sus planteamientos plásticos experimentan cambios significativos. Su pintura se desenvuelve en pequeños formatos y comienza a hacerse patente una mayor preocupación por el espacio. Civera utiliza con más frecuencia tonos sutiles, colores apagados y una iconografía abstracta, que conduce a su obra hacia un plano más íntimo, de reflexiones y metáforas. En esta época, sus pinturas evolucionan hacia lo objetual e incorporan materiales como yeso, algodón, lino, seda o terciopelo, además de objetos con los que crea un nuevo canal de comunicación. En esta etapa surge la escultura y la instalación en su producción, en un momento de intensa actividad expositiva a ambos lados del Atlántico.
En los años noventa no abandona la pintura pero se concentra en la creación de instalaciones basadas en la utilización de objetos de uso cotidiano. La plena figuración protagoniza los trabajos que realiza a finales de esta década.
En esta exposición, la artista muestra una instalación compuesta por ocho pinturas de gran formato, serie que comienza en el año 2000 y que continúa cinco años después. Civera agita las tensiones emocionales desde la interacción con el espacio y con la intervención de dos nuevas obras tridimensionales, creadas específicamente para la ocasión. En Saliendo del paisaje (2000), una de las pinturas de gran formato, una esbelta figura de mujer, completamente vestida de rojo sale de la superficie pintada hasta tocar literalmente el borde del bastidor. El espacio pintado se encuentra enmarcado por un margen de lino crudo que acentúa su carácter panorámico e ilusorio.
Otras obras como Tunel Eterno (2001), Crossing Tunnel (2001), Ella (2000-2003) o Mal de Jem (2004) completan la instalación, con la que alude a la inercia de permanecer en el paisaje, ya sea cultural, social, físico o interior. Todas ellas son obras de carácter hermético, pinturas grandes, en blanco y negro, relacionadas a través de un fondo geométrico común de carácter óptico, que atrapa o enreda a la figura de una mujer en acción.
Datos de la exposición
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