Además de como pintor, Vicente Rojo (Barcelona, 1938) destaca en el panorama cultural mexicano de la segunda mitad del siglo XX con una larga y reconocida trayectoria como editor, diseñador y escenógrafo. Tras instalarse en México en 1949, su primera exposición individual llega diez años después con un trabajo que se fundamenta en el uso de la geometría como esquema y promesa de orden, y no tanto como norma. Por ello, Rojo se presenta como renovador y plantea una ruptura respecto a la tradición local, dominada por la figuración de los grandes muralistas como José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, a la vez que se aproxima a Rufino Tamayo.
De este modo, se integra en el escenario mexicano con un lenguaje que está más próximo al de los artistas europeos de vanguardia, quienes transforman geometría y abstracción en lirismo: Paul Klee, Piet Mondrian, Ben Nicholson e incluso Giorgio Morandi. Al tiempo, acusa la textura matérica y las variaciones cromáticas (blanco, rojo y azul) de Jean Dubuffet o Jasper Johns; incluye materiales diversos e inusuales como caucho, trozos de madera, cestas y objetos encontrados y presenta la gramática de signos de Antoni Tàpies, como ilustran Señal con cruz, Señal oscura o Señal con curvas, de 1966.
Con casi un centenar de obras, esta exposición se centra en su obra sobre papel y abarca trabajos realizados entre 1960 y 1997, entre las que se incluye el políptico Gran escenario primitivo (1996). Las series constituyen la unidad de trabajo temática y, dentro de ellas, desarrolla variaciones formales, cromáticas y dispositivas que generan variadas soluciones, incluso el origen de una serie se encuentra en ocasiones en un ejercicio de otra anterior.
Hacia 1961-1962, Rojo se inicia en la investigación espacial y constructiva y la mayoría de los asuntos de sus series se encuentran relacionados con la idea de laberinto y de universo, al tiempo que muchas de ellas se vinculan con ciudades: México (1979-1989), Barcelona (1978), Puerto Vallarta (1994). El resultado son paisajes y escenarios en los que recurre a elementos fundamentales mínimos (línea diagonal, círculo, cuadrado) o signos elementales (como la letra T) que se repiten y varían en cada unidad de la serie u obra, como en Recuerdo (1966) o Acorde (1978).
La noción de serie evoluciona con rapidez en su trabajo hacia la idea de variación (armonía), que reconoce no sólo en las formas, sino también en el léxico pictórico empleado (puntos, pinceladas amplias, más o menos pastosas, tramas, bandas en zig-zag, manchas o tinta plana, etc.), como ejemplifica Paseo de San Juan (1978). México bajo la lluvia (1981-1989), que elabora en los años centrales de su carrera, supone un reto y un logro de saturación cromática. Así, la densa cortina de lluvia se confunde con las líneas escalonadas de los templos aztecas y otras referencias a la ciudad. Su propósito es “eliminar el foco principal de atención que se supone existe en cada cuadro, para que todo el cuadro fuera el centro mismo”, en palabras de Paloma Esteban, comisaria de la exposición.
Datos de la exposición
Sala Tecla, L´Hospitalet de Llobregat (abril - junio, 1997)
Publicaciones del Museo Reina Sofía
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