La exposición de la obra escultórica de Martín Chirino (Las Palmas de Gran Canaria, 1925) ofrece una visión de conjunto de una trayectoria iniciada en los años cincuenta y que llega a nuestros días; y propone un doble reconocimiento de la persona de Chirino. Por un lado, como heredero de la vanguardia escultórica española de la primera mitad del siglo XX, siguiendo la línea iniciada por Julio González y Pablo Gargallo, además de su particular interés por la cultura aborigen canaria (guanche). En segundo lugar, por su destacado papel en la renovación de los lenguajes plásticos durante la posguerra, con su participación en el grupo El Paso, del que fue miembro fundador, en 1957. Este grupo significó el surgimiento de un arte enraizado en la tradición española, al tiempo que crítico con la situación político social; y además supuso la internacionalización de los autores y de sus trabajos.
La obra de Chirino se fundamenta en dos principios: el hierro forjado, material mayoritario de sus esculturas; y la espiral, en cuanto símbolo y solución formal recurrente a lo largo de toda su carrera. Ahí se contienen sintetizadas los fundamentos de su trabajo: la noción del plegado y desplegado, el desarrollo horizontal y vertical en el espacio y en la curvatura de un material que en sus manos, y recuperando la tradición de la forja, se hace dúctil. La producción escultórica de Chirino se extiende y agrupa cronológicamente de acuerdo a motivos concretos, cuyo referente se encuentra siempre y en último término en la naturaleza y el mundo real, en los que insiste durante un tiempo prolongado hasta agotar todas sus posibilidades expresivas.
Las piezas más antiguas reunidas en esta exposición, de 1957, forman parte de las series Raíces y Composiciones; le siguen las tituladas Inquisidores (donde hace alarde de una abstracción desgarrada y retorcida) y Vientos. Las series Mediterráneas y Ladies ponen de manifiesto una voluntad monumental, dado su gran tamaño. El siguiente grupo lo conforman los Aeróvoros que, como enormes pájaros en vuelo, llegan a alcanzar más de tres metros de longitud. En la segunda mitad de los años setenta retoma formas y símbolos que refieren a la cultura guanche, con los que realiza las series Afrocán, los cuales suponen una síntesis entre máscara y espiral; y Penetrecan, que semejan tótems. Tras un período inmerso en unas obras sintéticas y expresivas reunidas bajo el título de Paisajes, le sigue la serie de Cabezas, donde lleva a cabo un diálogo con la historia de la escultura de vanguardia, con citas a Constantin Brancusi, Julio González y Pablo Gargallo. Entre sus últimos trabajos cabe destacar Atlántica (año), donde recupera la idea de escultura monumental y sin pedestal, insistiendo en el crecimiento natural de la obra desde la tierra misma (como ciclo e identidad). A través de su trabajo, Chirino establece un doble juego entre tradición y modernidad, por una parte, y, por otra, de la identidad atlántica (canaria) inserta en una esfera internacional.
Datos de la exposición
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