Conocida por sus obras de gran escala en las que combina el dibujo geométrico, las series numéricas, la imagen y la escritura, suele asociarse a Hanne Darboven (Múnich, 1941 - Hamburgo, 2009) con el arte conceptual, una vinculación que habría que matizar dado el carácter inequívocamente subjetivo del proceso de ejecución y materialización de sus trabajos, a menudo salpicados de referencias autobiográficas y menciones al lugar de producción.
Esta exposición reúne una amplia selección de objetos de muy diversa índole (juguetes, maniquíes, instrumentos musicales, artículos promocionales, souvenirs procedentes de distintos rincones del mundo...), así como obras propias, que Darboven fue acumulando en su casa familiar de Am Burgberg, el lugar en el que vivió y trabajó durante toda su vida (salvo una breve estancia de dos años en Nueva York a mediados de los años 60) y que más que un estudio al uso parece un Gabinete de Curiosidades como los que proliferaron en los siglos XVI y XVII.
La muestra, que no se ha concebido como un retrospectiva ni como una exposición antológica, propone un itinerario que recrea el complejo y fascinante universo de la casa-estudio de Darboven, permitiéndonos no sólo adentrarnos en este lugar y en cada uno de sus tiempos acumulados, sino también repensar los trabajos de escritura numérica y serial que esta artista realizó a lo largo de su carrera y en los que lo temporal, en su despliegue, llegaba a adquirir una consistencia volumétrica. Todo ello desde la premisa de que, aunque aparentemente, el desbordante discurso que proyecta su estudio parece contradecir la sobriedad cartesiana de su propuesta plástica, en el fondo ambas lógicas estaban estrechamente vinculadas, pues partían de la misma pulsión: el desesperado intento de reducir la complejidad del mundo a diagramas, estructuras reticulares y dispositivos narrativos o escenográficos que hagan aprehensible a la mirada aquello que la desborda.
La casa-estudio de Darboven constituye, por tanto, el punto de partida y de llegada de su obra, tanto material como conceptualmente. Es parte fundamental de su legado y un aspecto esencial de su trabajo. Un legado y un trabajo que, al igual que el de otros artistas que en las últimas décadas del siglo XX se han enfrentado críticamente a la herencia invisible de la modernidad (cuya materialización gráfica más palmaria fue la cuadrícula clasificatoria que, no lo olvidemos, juega un papel clave en la obra de Darboven), están atravesados por una latente e inquietante ambigüedad, la que vincula civilización y barbarie, sistematización racional e impulso instintivo. Y es justo en esa indeterminación en la que esta artista parece querer buscar su lugar en el mundo.
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