La escultura alcanza con Juan Muñoz (Madrid, 1953-Ibiza, 2001) la capacidad de representación para mostrar la crisis del individuo moderno. El artista concibe la exposición Juan Muñoz: monólogos y diálogos como fin de un trayecto, iniciado en 1984 con su primera muestra individual en la madrileña galería Fernando Vijande.
El despliegue de su trabajo pone de manifiesto que su obra “evoluciona en un proceso constructivo en el que desarrolla partes de la totalidad”, en palabras de James Lingwood, comisario de la exposición. En este sentido, el artista reconoce que, a partir de las piezas más interesantes ha creado un lenguaje del que, pasado algún tiempo, se alimentan sus obras y con el que aún puede hablar, como las escaleras, los balcones o los suelos en fuga.
De este modo, Escalera de caracol (1984) y Minarete para Otto Kurtz (1985) se consideran como las primeras tentativas formales y conceptuales del trabajo posterior. El artista apela a nuevos vínculos entre imágenes y sensaciones, y retoma con frecuencia recursos estéticos del Arte Barroco, como los juegos de perspectivas. De la experimentación con las escalas y puntos de vista adquiere el dominio del espacio y de la distancia (física y psicológica), al tiempo que, plantea su obra a partir de los pares de contrarios: deseo-imposibilidad, representación-descripción y del principio de presencia y ausencia.
Juan Muñoz convierte el Palacio de Velázquez en una gran instalación, en la que el orden cronológico de las piezas no es la prioridad. Todas ellas se distribuyen en dos recorridos alternativos que confluyen en un mismo lugar: Plaza, la obra central creada específicamente para la exposición. Dicho espacio es ocupado por unas figuras ciegas, de aspecto humano pero de menor tamaño del natural, que conversan en grupos. El espectador no puede mezclarse con ellas, solo las contempla en la distancia, desde varios niveles de altura posibles.
Al hilo de esta presentación escenográfica de su trabajo, Muñoz acepta el factor de la teatralidad y considera que la buena obra de arte (como la pieza de teatro), es aquella que tiene sentido en sí misma, que no admite réplica y además, reclama su existencia más allá del espectador. La crisis de las relaciones del hombre como ser social y sus consecuencias (incomunicación, aislamiento, silencio, individualidad, etc.) son los principios de los que surgen sus esculturas, instalaciones y los denominados “dibujos de gabardina”. En todos estos trabajos, acude a un imaginario compuesto por habitaciones vacías pero habitables, pasamanos, escaleras, etc. donde presenta personajes sin piernas o con base esférica, enanos, o figuras como el apuntador y el ventrílocuo que, integradas en este repertorio, sirven para cuestionar el lenguaje como sistema y medio de comunicación.
Con todo ello, Juan Muñoz materializa la extrañeza del diferente, la ausencia, la soledad y la inseguridad, pero también la posibilidad del tránsito y la necesidad de sujeción en un mundo reducido a escenarios paradójicos.
Datos de la exposición
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