
Con José Guerrero (Granada, 1914 - Barcelona, 1991) el arte español establece una de sus más estrechas conexiones con el panorama artístico internacional, en particular con el Expresionismo Abstracto norteamericano. Su marcha a Nueva York en 1950, tras haber pasado por Roma y París (1948-1949) responde a la búsqueda del escenario donde el arte moderno tiene lugar.
Esta exposición, que arranca con las primeras obras neoyorquinas de Guerrero y se extiende hasta sus últimas pinturas, compuesta por sesenta y cinco lienzos y una treintena de obras sobre papel, muestra la inserción del artista y la de su trabajo en el medio artístico norteamericano, así como el afianzamiento de su técnica antes y después de su vuelta a España (1965). En los años setenta Guerrero se erige en referencia para una nueva generación de pintores españoles defensores de la recuperación del gusto por la pintura, por su concepción y práctica de la pintura, sustentada en la experimentación con los campos de color y abstracta pero no vacía de contenido. En Nueva York, el progresivo abandono de su bagaje pictórico (resabios figurativos) coincide con la disputa teórico-estética sobre el Expresionismo Abstracto, animada con los fuegos cruzados del texto de los críticos de arte estadounidenses, Harold Rosenberg: Action Painting (1952) y el artículo de Clement Greenberg: «American Type Painting» (1955); donde advierte el inicio de una segunda etapa en la pintura de vanguardia americana cuyos representantes ponen el acento en el color como tendencia. Guerrero, con la amistad y la referencia estilística de Mark Rothko, Franz Klein y Robert Motherwell, y vinculado comercialmente con la galería de Betty Parsons, irrumpe a partir de 1954 con una pintura sometida a un paulatino proceso de abstracción y simplificación de formas, visible por ejemplo en Presencia del negro con ocre y azul (1957). Esas obras anuncian su viraje hacia la primacía de las masas cromáticas extendidas en la superficie, las cuales revelan una voluntad de aproximación a la pintura gestual y su vocación por una pintura mural, como en Green variation (1962), Brecha negra (1963) o Sacromonte (1963-1964).
Sin ser propiamente un artista exiliado del franquismo y realizando una pintura sin conexiones temáticas ni pretensiones dramáticas, España y Granada aparecen como asunto en su trabajo en los años previos a su regreso, como ejemplifica Andalucía aparición (1964). Las referencias formales a paisajes granadinos y el incremento de la tensión de la pincelada marcan su obra hasta 1970, patente en Brecha de Víznar (1966), Tanto monta, monta tanto, (1966c) o Levante (1969). Ese año inicia una nueva etapa cuyo punto de inflexión es la serie Fosforescencias, a la que le sigue un conjunto de obras con el tema (y el motivo) del arco. Posteriormente el orden compositivo, el domino de la mancha de color y su idea del cuadro como arquitectura mural se convierten en el fundamento de su trabajo, tal como muestra Canciones de color (1990)
Datos de la exposición
Hospital Real y Centro Cultural de la Caja de Ahorros de Granada (20 mayo - 20 julio, 1994); Sala La Granja, Santa Cruz de Tenerife (21 octubre - 19 noviembre, 1994); Centro de Arte La Regenta, Las Palmas de Gran Canaria (25 noviembre - 8 enero, 1994-95)
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