
Gerhard Richter (Dresde, Alemania, 1932) convierte la diversidad derivada de la constante experimentación en el principal activo de su pintura. Ajeno al enfrentamiento entre abstracción y figuración -debido a su convencimiento de que ambos lenguajes son necesarios- Richter hace de la paráfrasis de estilos el suyo propio e irrumpe a comienzos de los años sesenta como uno de los artífices de la quiebra de las jerarquías artísticas dominante, siguiendo así la estela de Joseph Beuys y Blinky Palermo.
Richter fue alumno de Sigmar Polke en Dusseldorf y uno de los fundadores de Realismo capitalista, un reflejo satírico del Pop americano caracterizado por el empleo de fotografías en la creación de imágenes. Siempre trabajando desde la pintura, enseguida convierte la fotografía -que extrae de la prensa o de enciclopedias- en el instrumento basal de su obra. Su propósito es abundar en la literalidad de las imágenes y cuestionar los límites de la pintura, asumiendo la capacidad de exactitud de un medio de reproducción técnica y analizando las posibilidades de la pintura para encontrar una realidad propia (al diluir los contornos de cuerpos y objetos confiere a la imagen una naturaleza inasible).
Las obras que conforman la exposición permiten un recorrido pluridireccional por la trayectoria de Richter entre 1962 y 1992. Por un lado, el uso instrumental de la fotografía en blanco y negro: desde las denominadas “fotopinturas”, pasando por sus series de retratos (políticos, intelectuales o estudiantes) y los paisajes, hasta la serie sobre la muerte de Andreas Baader -líder de la Fracción del Ejército Rojo- todas ellas pintadas en una escala tonal de grises. Por otro, la pintura abstracta en la que al decir del crítico de arte José Lebrero, “explota las posibilidades texturales de los elementos formales del medio”, en las que insiste en hacer visibles la materialidad y el proceso de fabricación de los cuadros (extensión del color) mediante un procedimiento aditivo de capas que alteran la imagen a medida que crece tridimensionalmente. En tercer lugar, se constata una voluntad de sistematizar el conjunto de su obra, cuya catalogación arranca con Mesa (1962). Este fenómeno subraya, según José Lebrero, “el sentido objetual que para él tienen sus pinturas, como artefactos concretos y acabados que incorpora a un archivo a mediada que los produce” y enlaza con su proyecto Atlas (iniciado en 1969), el cual ofrece claves para averiguar el origen y el proceso formativo de gran parte de su obra pictórica. Cabe mencionar sus Muestrario de colores, realizados en distintos momentos de su carrera desde una línea pop e incluso minimalista, además de guiño irónico contra los neoconstructivistas.
Por último, Richter establece una tensa relación entre historia y presente a través de las referencias y el cuestionamiento de los temas de sus cuadros, como ilustra 48 retratos de destacados intelectuales (1971-1972), evidenciando el abismo del tiempo a la vez que, en palabras de Lebrero, queda “abortada la vida expresiva del cuadro, atrofiada la capacidad simbólica de la obra”.
Datos de la exposición
Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris (23 octubre - 21 noviembre, 1993); Kunst- und Ausstellungshalle der Bundesrepublik Deutschland, Bonn (10 diciembre - 13 febrero, 1993-94); Moderna Museet, Estocolmo (12 marzo - 8 mayo, 1994)
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