En esta propuesta expositiva, desplegada en dos muestras, el Museo Reina Sofía presenta una selección de las obras que forman parte del depósito temporal que en 2014 realizó la galerista Soledad Lorenzo. El depósito está compuesto por 392 piezas de 89 artistas pertenecientes a diferentes generaciones, cuyas prácticas abarcan diversas disciplinas de la creación artística actual. En términos generales, la Colección Soledad Lorenzo se centra en el ámbito de la pintura, pero también da cabida a otros medios como el dibujo, la escultura, la fotografía, el vídeo y la instalación. Está formada en su mayor parte por artistas españoles, con destacados contrapuntos representados por artistas del ámbito internacional, especialmente estadounidense.
Desde los que en 1986 estaban ya plenamente consagrados como Antoni Tàpies, Pablo Palazuelo o Luis Gordillo, a los que emergen en los primeros años de la democracia (Soledad Sevilla, Guillermo Pérez Villalta, José Manuel Broto o Miquel Barceló, entre otros); o desde los artistas norteamericanos que asaltan la escena de Nueva York durante esos mismos años (Eric Fischl, Robert Longo, George Condo o Julian Schnabel) hasta los españoles influidos por las prácticas internacionales en los setenta y ochenta (Txomin Badiola, Pello Irazu, Juan Uslé o Victoria Civera) pasando por los que, más recientemente, con el cambio de siglo, se adentran en un escenario crecientemente transnacional (Jon Mikel Euba, Sergio Prego, Philipp Fröhlich, Ana Laura Aláez, Adrià Julià o Jerónimo Elespe). La aparente heterogeneidad de estos artistas y sus propuestas adquiere sus posibles sentidos discursivos mediante la presentación de dos exposiciones consecutivas que abren esta Colección, en cuanto conjunto, por primera vez al público en Madrid: Punto de encuentro (del 27 de septiembre al 27de noviembre de 2017) y Cuestiones personales (del 20 de diciembre de 2017 al 5 de marzo de 2018). Con ambas se pueden trazar vínculos y contrastes que muestran de qué modo la Colección Soledad Lorenzo, en su complejidad y riqueza, permite ser leída atendiendo tanto a aspectos generacionales y cronológicos, como a otros de carácter más conceptual, que sugieren lazos sutiles, una suerte de comunidad invisible creada desde el espacio de su galería.
Punto de encuentro (27 de septiembre - 27de noviembre de 2017)
La primera exposición reúne un conjunto heterogéneo de artistas de tres generaciones que permiten establecer algunos de los caminos del arte español, desde su raíz en los años cincuenta hasta la primera década del siglo XXI, creadores que han mantenido una consistencia orgánica en su trabajo con el paso del tiempo. El título de la exposición remite por un lado a esa concepción de la galería como necesario espacio de encuentro entre el artista y el mercado; por otro, al propio contenido implícito en las obras seleccionadas: la investigación en torno a formulaciones espaciales y geométricas, las indagaciones de carácter constructivo o arquitectónico que sugieren contrapuntos en otras de carácter más gestual.
La muestra arranca con la presencia de dos vetas del arte español tradicionalmente concebidas como opuestas pero que en el contexto de la Colección Soledad Lorenzo crean un intrigante diálogo: la del trabajo en torno a la materia y el medio pobre cargado de connotaciones simbólicas y perfiles esotéricos de Antoni Tàpies y la de la construcción de un lenguaje universal a través de la geometría por parte de Pablo Palazuelo. Al tratarse, en su mayoría, de obras tardías, producidas en plena madurez creativa de ambos artistas, la selección genera una lectura de algunas líneas fijadas que, por concomitancia o por reacción, tienen eco en las generaciones siguientes.
Precisamente situada en el linaje de la investigación sobre el espacio, cuya raíz profunda se halla en la vanguardia histórica, la obra de Soledad Sevilla pone de relieve la idea de secuencia geométrica, de variaciones sobre la línea como grado cero de la pintura. Por su parte, la obra de Ángeles Marco incide en la contestación de los principios tradicionales de la escultura y se adentra en la instalación, donde se pueden rastrear las influencias del constructivismo.
El contrapunto a esta preeminencia de la abstracción lo ofrecen otros artistas que muestran de qué manera Soledad Lorenzo atiende a alineados y no alineados dentro del arte español pero con obras que destilan ciertos intereses comunes en relación con el análisis del espacio. En Guillermo Pérez Villalta, esa idea del lugar ilusorio y la puesta en escena, con perfiles neofigurativos, funciona como contraste dado su interés por redefinir el campo de la perspectiva pictórica renacentista. En sus pequeñas pinturas, Jerónimo Elespe sintetiza espacios ilusorios con figuración de referencias clásicas. Mientras con Íñigo Manglano-Ovalle y Perejaume se introduce de nuevo un elemento relacionado con lo constructivo desde el punto de vista de la escenificación, respectivamente en la obra arquitectónica y en el paisaje.
En los años ochenta, frente al neoexpresionismo hegemónico surge una cierta tendencia artística que reivindica el racionalismo como parte de una tradición local. Una corriente desarrollada por un grupo de artistas que Soledad Lorenzo apoyó muy directamente y que, a su vez, fidelizaban su producción en base a una relación de confianza con la galerista. Jóvenes que, desde el País Vasco, renovaron el panorama de la escultura, con profundos estudios sobre el espacio y la puesta en escena, como los de Txomin Badiola, Pello Irazu y Jon Mikel Euba, desde el vídeo, Sergio Prego, que representa el nexo entre lo escultórico y lo espacial y su amplificación a través de la relación con el cuerpo; o mediante intereses relacionados con la percepción de la obra de arte y la expansión del campo escultórico, desde una perspectiva más organicista y biomórfica, de Ana Laura Aláez.
Por último, dos sendas alternativas en las que se muestra una cierta internacionalización del arte español por dos vías y generaciones distintas: Juan Uslé, definidor de una geometría atemperada en la que sin embargo sigue presente la monumentalidad de algunos de los pintores de la generación anterior, y el más joven Adrià Julià, con el que se indica el avance de Soledad Lorenzo hacia nuevos medios como la fotografía y el vídeo y a aspectos más relacionados con el arte conceptual.
Cuestiones personales (20 de diciembre de 2017 - 5 de marzo de 2018)
Si bien uno de los rasgos que han definido la actividad de Soledad Lorenzo como galerista es el del trato personal y la búsqueda del encuentro, entendiendo la galería como espacio de negociación, de diálogo, también el aspecto individual, psicológico o narrativo de determinados autores está presente en los fondos que ha conservado a lo largo de los años, testimonio de un interés por un ámbito distinto: el del retorno de lo figurativo y las metamorfosis de la representación en las últimas décadas del siglo XX, que centran los contenidos de la segunda exposición.
Aquí la narración se expande en el territorio y se crean conexiones entre artistas españoles y estadounidenses, reflejo evidente de la ampliación de la mirada de la galería hacia otras latitudes, justo en el momento en que hay mayor diálogo entre ambas áreas del mundo. Es el momento de internacionalización del arte español fruto de la presentación de una España renovada por su incorporación a instituciones supranacionales y por vía de su integración en el capitalismo internacional.
Los años ochenta y noventa estuvieron marcados por un entusiasmo que se traduce en una revitalización del mercado y por la fascinación que la producción artística española produce en distintos lugares del mundo. En este sentido, la Colección Soledad Lorenzo funciona como testimonio de un momento determinado en la historia de un país, de su percepción de sí mismo y de su promoción hacia el exterior.
La exposición se inicia con dos de los pintores señalados como pioneros en el ámbito del retorno a la figuración, cuyo carácter híbrido y antidogmático abre todo un rizoma de posibilidades: Alfonso Fraile, con quien Soledad Lorenzo inaugura su galería en 1986, y Luis Gordillo. De modo similar a la exposición anterior, ambos pintores actúan como figuras raíz de un determinado modo de entender la pintura: como síntesis de elementos diversos, provenientes del informalismo, el arte pop y las corrientes geométricas, giros artísticos que conviven para dar lugar a alternativas de figuración, desprejuiciadas, refractarias a todo formalismo o dogma e interesadas en el ámbito de la psique y la identidad. Una forma de transgresión que se mantiene y se ramifica en, por un lado, Manuel Ocampo y Juan Ugalde, con un componente más crítico que subvierte determinadas iconografías de la cultura popular; y por otro, en la visceralidad gestual de Jorge Galindo, la síntesis matérica de Miquel Barceló, la apuesta obstinada por la autonomía de la pintura de José Manuel Broto o la pervivencia de una ciertagestualidad brava en José María Sicilia, que enlaza con la generación con la que se inicia cronológicamente la colección, de tal modo que, con todos ellos, se cierra el círculo de varias décadas de pintura en España.
En ese contexto de expansión internacional, el papel de la galería Soledad Lorenzo fue fundamental en la difusión de determinados artistas del ámbito estadounidense cuya presencia activaba y ampliaba los horizontes del coleccionismo local. Desembarca así una nueva generación que dota de un carácter más impuro a la pintura-pintura, con Julian Schnabel a la cabeza, acompañado por Victoria Civera, activa en Nueva York en los años ochenta con una pintura exponente de esa recuperación del lenguaje figurativo. También artistas que tras remover la escena neoyorquina con propuestas irreverentes desde la galería Metro Pictures se suman al espacio de Soledad Lorenzo con una profunda crítica a la representación y a los lenguajes forjados a lo largo del siglo (George Condo y Robert Longo) o desafiando determinadas formas de gusto establecido con propuestas audaces donde hacen su aparición el sujeto escindido, las políticas del cuerpo y la identidad en quiebra, como son los casos de Erich Fischl, David Salle, Ross Bleckner, o Paul McCarthy y Tony Oursler.
Del intercambio entre artistas españoles y estadounidenses en el contexto de una promoción internacional surgió una generación de creadores que forma el grupo más joven dentro de la Colección Soledad Lorenzo, que abrió la galería a nuevos medios y artistas de otros contextos de producción. Itzíar Okariz y La Ribot son ejemplo de esa apuesta por la generación de artistas españoles, mientras otros indican su atención a nuevas fronteras como el alemán Philipp Fröhlich, la brasileña Adriana Varejão o la inglesa Georgina Starr. Este último capítulo es, con todo ello, el reflejo de la adaptación de Soledad Lorenzo a un contexto transnacional y a la internacionalización del arte español, ya patente en los inicios del siglo XXI.