El antropólogo belga Claude Lévi-Strauss desarrolla en su célebre ensayo Lo crudo y lo cocido (1964) un estudio antropológico acerca de la confrontación entre sociedades avanzadas y primitivas a partir de su reducción a conceptos de cultura culinaria -sobre el grado de complejidad de su alimentación- y cuyas conclusiones extrapola a un plano general que le permite constatar la imparable tendencia de las sociedades occidentales del primer mundo a definirse en comparación con el otro, fenómeno que no es recíproco. A partir de este presupuesto el comisario de la exposición, Dan Cameron, se propone someterlo a crítica ofreciendo una alternativa -empieza por invertir los términos del título- y, mediante el trabajo de cincuenta y cuatro artistas, poner de relieve cómo el colonialismo, en el campo de la producción artística y dentro de las tendencias emergentes de los años noventa, se sustenta en el intercambio de múltiples posiciones culturales. Esto es, Cameron pretende colocar el arte en el debate sobre la identidad cultural, para ello reúne trabajos en los que se desjerarquiza el punto de vista del hablante y rompen la bipolaridad teórico-artística dominante de Estados Unidos y Europa.
Una de las ideas fuerza de la exposición es el hecho de que los artistas piensan globalmente a la par que trabajan con materiales e ideas locales (problemática político-social o cuestiones de identidad o raza). Así, dominan en los proyectos presentados las resonancias antropológicas (Victoria Civera, Doris Salcedo); los mitos culturales (Yasumasa Morimura, KCHO); el cuerpo como paisaje (Geneviève Cadieux), o como moneda de cambio y transacción (Marlene Dumas, Marcel Odenbach, Keith Piper); la exploración y pertinencia de la imaginería prohibida (Afrika); el dinero como soporte de valores sociales (Jean-Baptiste Ngnetchopa) o cuestiones de exilio y migración. La participación de artistas de herencia afroamericana es poderosa, así como la de otros originarios de países tradicionalmente apartados de una consideración cultural de primer rango: Congo, Zaire, Camerún o Laos. En este caso, se advierte que sus trabajos inciden en la construcción de una “identidad estilística que a su vez implica un proceso de ficcionalizar la versión recibida de la historia”, al decir de Cameron, según la cual ellos son actores pasivos (Faith Ringgold, Fred Wilson).
La exposición pone de manifiesto la existencia de un paradigma crítico con la historia (contraviniendo la forma o los significantes consensuados, como apunta el trabajo de Juan Luis Moraza) y también dirigida a las instituciones culturales a través de la crítica a las metaestructuras sociales (como es el caso de los arquitectos, urbanistas y escultores Mark Dion, Bodys Isek Kingelez y Tatsuo Miyajima). En otras ocasiones, se trata de la exploración del arte como sistema de artificio cultural (Igor y Svetlana Kopystiansky).
El concepto de cartografía -tanto en su acepción geográfica como corporal- cobra especial protagonismo en la medida que refiere literal y conceptualmente a la actuación sobre territorios (reales, simbólicos o metafóricos), su modificación, remitificación, sistematización y configuración. Su propósito es pues, reivindicar las estéticas minoritarias y señalar los problemas de índole global desarrollados en la cultura postcolonial.
Datos de la exposición
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