
Con esta exposición dedicada al pintor Joaquín Torres-García (Montevideo, 1874-1949) se quiere presentar su obra al hilo de su trayectoria y constatar su lógica de acuerdo a su discurso teórico y estético. Lo que se pretende es destacar cómo los principios de tradición, construcción y universalidad son las constantes sobre las que se sostiene el trabajo del uruguayo a lo largo de su periplo artístico, que se extiende por toda la primera mitad del siglo XX. Las palabras de Tomàs Llorens, comisario de la exposición, referidas a la obra de Torres-García sintetizan el propósito de la exposición: “[su trabajo] es indisociable de la agudeza y la coherencia de las opiniones que defendió como artista”.
Las diferentes etapas por las que transitó, los estilos y las prácticas artísticas que asumió y ejerció, vinculados a su vez a las distintas ciudades en las que vivió (Barcelona, París, Nueva York, Montevideo), son distintas manifestaciones que responden a una idea fundamental: el universalismo constructivo. De este modo, el interés sobre el artista se desplaza de los lenguajes plásticos al principio constructivo que subyace en todas sus transiciones, las cuales no son entendidas ahora como rupturas radicales, sino como períodos de experimentación sobre el mismo problema: la pintura como lenguaje e ilusión. La composición polifocal desarrollada en un único plano y articulada mediante estructuras ortogonales basadas en la sección áurea aparece en sus programas decorativos realizados dentro del proyecto político y cultural del Noucentisme (1906-1923); también se advierten en sus vistas urbanas traducidas con el lenguaje del vibracionismo. Tras su llegada a París, en 1926, y su vinculación con los representantes del neoplasticismo y la abstracción geométrica, este principio constructivista se enriquece en su trabajo, trasladándolo también a objetos de madera y otros materiales pobres.
Torres-García juega un papel protagonista en la fundación del grupo Cercle et Carrè, en 1930; pero enseguida, y sobre todo desde su regreso definitivo a Montevideo, en 1934, rechaza la propia noción de vanguardia (por su espíritu de exclusión) y en sus pinturas el orden tectónico se hace más riguroso, mediante la inclusión de retículas en las que distribuye los motivos. Las figuras representadas, sometidas a un proceso de geometrización, apelan progresivamente a una iconografía y a un imaginario indoamericanos (piezas de alfarería, anclas, soles incas, pirámides). Su serie y las variaciones sobre Estructura abstracta tubular (1937) y Formas libres (1943), donde alcanza la cota máxima del cuadro como pictograma, ofrecen la mejor síntesis de la carrera de Torres-García como intérprete y renovador de las dos tradiciones culturales que hizo suyas: la arcaica mediterránea y la precolombina. Estas obras también evidencian su indiscutible protagonismo en el desarrollo de la Abstracción Geométrica, junto a su universalización, y del arte moderno latinoamericano.
Datos de la exposición
IVAM Centre Julio González, Valencia (5 septiembre — 10 noviembre, 1991)
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