
En la obra de Severo Sarduy (Camagüey, Cuba, 1937 – París, 1993) apenas existen límites entre pintura y escritura. Su trabajo se define como “cuadros manuscritos”, al ser pintura realizada mayoritariamente sobre papel que, como en Oriente, asume la caligrafía como la prolongación de la escritura poética. En las setenta y seis obras que componen la exposición de Sarduy en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía puede apreciarse que el artista recurre también a otros materiales como café, azafrán, corcho o incluso su propia sangre. De ellos extrae efectos de disolución, vacío, fragmentación y fugacidad; de modo que entiende el ejercicio de la pintura como experimentación.
Gracias a una beca para estudiar Bellas Artes, Sarduy se instala en París en 1960 y convierte la capital francesa en el epicentro de su actividad poética, pictórica y viajera. La vida intelectual parisina y la amistad e influencia de autores como Roland Barthes, conviven con sus intereses artísticos y con el descubrimiento de la obra de Mark Rothko y su admiración por Josef Albers. Su lugar de referencia artística es la galería Denise René y por entonces inicia también su actividad como autor de numerosos prólogos y textos de catálogos sobre artistas coetáneos y se integra en la vida artística.
Rothko y sus campos de color rojos constituyen una necesidad estética y emocional para Sarduy, y él mismo se convierte en “un pintor presa del color”, como apunta su editor y amigo François Wahl. También tiene presentes a artistas como Cy Twombly y especialmente a Luis Feito, cuya influencia admite en su obra. La pintura abstracta y la herencia del Informalismo perviven en su estética, pero la toma de conciencia desde la experiencia de la historia de la pintura, de autores como Giorgione, Tiziano Vecellio, Johannes Vermeer o Pierre Bonnard, supone un punto de inflexión en su modo de pintar, por la afirmación del color desnudo, más que el sometimiento a estructuras primarias. De este modo, el espíritu de los paisajes que realiza a finales de los años sesenta en Saint Léonard perdura en la serie de marinas Les étangs de la Reigne Blanche (1983).
Ajeno a las manifestaciones conceptualistas, Sarduy publica el ensayo Barroco (1974), donde define esta categoría como un lenguaje cuyo uso doméstico se haya en función del placer y señala que la función del artista –en la sociedad barroca– es “la de comunicarnos aquello que huye de la estructuración artificial, de la realidad construida por el hombre con el fin de dominar el ambiente que lo circunda, nos devuelven con los nuevos valores descubiertos (la elipsis, la parábola, el espejo) la contradicción de aquellos”. François Wahl reconoce un segundo momento en la pintura de Sarduy, cuando asume el budismo y la filosofía oriental como ejemplo estético. Wahl recuerda que “Severo había encontrado en el budismo una concepción de la serenidad desprendida, de la dulzura y de la compasión que le convenía; por lo demás, nunca se adhirió a nada”. Sus paisajes realizados en 1990, que deben tanto a la caligrafía china, tienen su contrapunto en la serie Les sceaux de lacre (1991). En esta serie Sarduy genera el ritual de la modulación y la repetición como valor positivo, un aspecto que perdurará a lo largo de toda su trayectoria.
Datos de la exposición
Palacio Municipal de Exposiciones Kiosco Alfonso, La Coruña (17 abril - 17 mayo, 1998); Centro Atlántico de Arte Moderno, Las Palmas de Gran Canaria (30 junio - 30 agosto, 1998); Centro Cultural Español de Cooperación Iberoamericana, Miami; Museo José Luis Cuevas, México D.F.
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