
El mito de la princesa judía Salomé cuenta con una especial incidencia en las artes plásticas del último tercio del siglo XIX y hasta el triunfo del Art Déco en la Exposition des Arts Décoratifs (París, 1925). Esto sucede porque alimenta a su vez uno de los mitos consustanciales del cambio de siglo: el de la mujer fatal y desencadena el gusto por la profusión ornamental basada en el arabesco que hace suyo y con el cual se identifica el Simbolismo finisecular.
La exposición Salomé. Un mito contemporáneo, 1875-1925 despliega un recorrido iconográfico por este personaje, insistiendo en su naturaleza femenina y en sus virtudes sensuales. Para ello se apoya en referencias literarias y musicales coetáneas, pues la muestra se enmarca dentro del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid dedicado, precisamente, a la figura de Salomé. Además, la exposición se completa con un ciclo de cine en el que se proyectan las versiones cinematográficas que sobre este episodio bíblico hicieron los cineastas: Alla Nizamova, Charles Bryant, Georg Wilhelm Pascht o Pedro Almodóvar.
Con más de noventa obras (óleos, dibujos, grabados, bocetos escenográficos, carteles, fotografías y esculturas), esta muestra perfila la reinvención del mito de Salomé desde las artes plásticas. La figura de Gustave Moreau adquiere un papel casi fundacional, pues en la década de 1870 pone en marcha las iconografías y las acepciones de Salomé que perduran a lo largo de los siguientes cincuenta años. El hecho de abundar en la representación de la joven como danzante desemboca en su consideración como ejemplo de obra total, concepto de especial relevancia en el panorama tardorromántico, pues su representación permite la reunión de artes temporales y espaciales: danza, música, teatro y escenografía.
La exposición se presenta en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía organizada en dos espacios, en el primero se presenta la reinvención del mito en las artes plásticas durante el período marcado; el segundo se fija en su difusión por medio de las artes escénicas, con carteles, bocetos de escenografías y fotografías de algunas de sus intérpretes. Se incide en el papel de la danza (y el cine desde los años veinte) como el medio que, a partir de 1905, difunde, recrea y reescribe la historia de Salomé sucesivamente. Patricia Molins, comisaria de la exposición, llama la atención sobre la vía abierta por bailarinas como Loïe Fuller y sobre la aparición de numerosas compañías de danza en las primeras décadas del siglo XX. Ello deja entrever cómo la lucha de sexos finisecular, entre el “logos” y la materia, vira hacia la identidad entre movimiento, ornamento y levedad. Este fenómeno coincide, como apunta el crítico de cine Peter Wollen, con el nacimiento del psicoanálisis y la fundación de los movimientos sufragistas; esto es, los primeros pasos del reconocimiento de la mujer como ente psíquico y como individuo social.