La exposición Luz del Norte, trata las diferencias y puntos de encuentro entre los principales centros artísticos europeos y los países nórdicos en el cambio de siglo. Las tendencias estilísticas y las gramáticas pictóricas desarrolladas entre 1878 y 1912 se despliegan a través de un centenar de pinturas, realizadas por cuarenta y seis artistas originarios de Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia e Islandia.
Los artistas nórdicos muestran su obra como una particular interpretación del Neorromanticismo, Realismo, Simbolismo, Expresionismo y Modernismo. Esto se fundamenta en la adopción de aspectos de las sucesivas corrientes artísticas (lo que muestra el contacto con distintos círculos europeos mediante viajes, estancias, academias o participación en exposiciones y salones). Por otra parte, esta interpretación de distintas corrientes artísticas se basa en “la voluntad de conferir a su trabajo una expresión acusadamente nacional”, como apunta Kasper Monrad, comisario de la exposición junto con Ylva Rouse. A esta reivindicación de la nación a través del arte (en concreto mediante el género del paisaje) se añade una exaltada actitud panteísta. La naturaleza, más que la ciudad, se convierte en el asunto principal de la pintura nórdica, a la que el artista se aproxima desde la experiencia y con deseo de autenticidad.
Las obras reunidas revelan el dominio absoluto de una figuración naturalista que encuentra sus raíces (o sus deudas) en el Naturalismo francés, en especial en la pintura de Jules-Bastien Lepage. La vida y trabajo en el campo y la representación de las horas del día conforman el grueso de sus intereses, tal como se aprecia en obras como: Niño y corneja (1884), de Akseli Gallen-Kallela; Esclavos del salario. Quemando el claro del bosque (1893), de Eero Järnefelt; o La flauta de sauce (1889), de Christian Skredsvig. La vida doméstica y las escenas de interiores indican la inclinación de estos pintores por cultivar la intimidad y por aludir a la tragedia vital del ser humano. Las obras, apelan a la melancolía, la soledad y la muerte e invitan a una lectura trascendental de las imágenes, como en Funeral de un niño, (1879), de Albert Edelfelt o El ángel herido (1903), de Hugo Simberg. Por otra parte, el Realismo decimonónico y el énfasis retórico de numerosas pinturas acentúan la intención social de los temas representados, tal como muestra Gente pobre. En la antesala de la muerte (1888), de Harald Slott-Møller.
La exposición quiere romper con el prejuicio del aislamiento de los países nórdicos, al recordar que Copenhague organiza exposiciones de Vincent Van Gogh, Paul Gauguin y Paul Cézanne entre 1891 y 1895. Se señala al tiempo la preferencia de los artistas nórdicos por las ciudades alemanas de Berlín y Munich -frente a París-, para desarrollar su actividad artística, lo que provoca mayor cercanía hacia los grupos expresionistas y la Secesión. Cabe destacar al respecto la presencia de Edvard Munch en Berlín en 1892, a través del cual la pintura nórdica entra en la escena vanguardista.
Datos de la exposición
Museu Nacional d´Art de Catalunya, Barcelona (2 junio - 16 julio, 1995)
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