Agitación como ritual cotidiano. Cartografías del deseo
Todas ellas presentan una actitud crítica ante una realidad que se esfuerzan por transformar, en unos años en los que América Latina muestra una profunda crisis de identidad, provocada por las dictaduras militares y por las situaciones políticas opresivas que conducen a una restructuración del lenguaje creativo. Sus trabajos se conciben como un arma frente a la autoridad y se convierten en una herramienta con la que desarrollar poéticas y políticas de agitación.
En todas las obras aquí representadas se concede una gran importancia al espectador, considerado agente activo sobre el cual la práctica creativa podía actuar como elemento despertador de su capacidad analítica. Apelaciones que se pueden contemplar en el vídeo Memoria do corpo (1984) de Lygia Clark, las obras de Antonieta Sosa y los trabajos audiovisuales de Sonia Andrade. Esta última se ocupa de explorar los límites mentales a través del maltrato físico, aludiendo al momento de violencia social producida por la política dictatorial. La participación pública también es abordada por el colectivo Polvo de gallina negra, aunque aquí el medio utilizado es la televisión, vehículo que permite penetrar directamente en el hogar del espectador.
Otro elemento que adquiere especial significación es el paisaje urbano. La calle se convierte en el lugar donde se desarrolla la acción como espacio para la desobediencia civil, invitando al transeúnte a participar en ella. Este cuestionamiento de las normas establecidas se plasma en Una milla de cruces sobre el pavimento (1979) de Lotty Rosenfeld quien interviene una señal de tráfico en una zona urbana de Santiago de Chile, en la acción de Narcisa Hirsch Manzanas (1965) en la que realiza un reparto de quinientas manzanas por las calles de Buenos Aires, o en Partenón de libros (1983), donde Marta Minujín construye con libros censurados una réplica del Partenón de Atenas.